Parecía que el momento nunca llegaría. Ya habíamos intentado visitar este lugar en otras ocasiones, pero por fin, se produjo su encuentro y no decepcionó para nada. Era la última parada antes de emprender el camino de regreso y se trataba de una aventura esperada. Chamonix, La vista del Mont Blanc desde el valle con el glaciar de los Bossons como si nos estuviera sacando la lengua.
El viaje hasta allí lo hicimos en tren y nada más llegar fuimos en busca del camping para establecer el campamento y la tienda, tuvimos suerte y encontramos un camping casi en el propio pueblo y además nos dieron una tarjeta para poder usar las navettes en todo el valle –digamos que lo tienen bien montado. El camping era pequeño pero además se gozaba de unas buenas vistas por la mañana. Cuando montamos la tienda era por la tarde y aún quedaba día así que decidimos coger la cuerda e ir a escalar a los Gaillands.
Eso sí se puede decir que era una Escuela de escalada, escuela en el sentido del grado fácil y de la comodidades que allí se dan. Fuimos en una navette pensando que estaba más lejos, pero para nada se encuentra muy cerca del pueblo y allí disfrutamos de unas vías fáciles de escalada, además eran de largos una buena para desperezar el cuerpo después de un viaje en tren.
El pueblo es una maravilla, toda una apología a la montaña allá donde mires: el mural de los guías, el telescopio que apunta directo y certero al Mont Blanc, la maison des guides, las mil y una tiendas, la decoración de las casas. Pero claro no podía ser de otra manera estábamos en Chamonix. Eso sí no habíamos ido allí para ver el pueblo y como teníamos de patear eso fue lo que hicimos.
El camino de acceso a la Mer du Glace se hace a través de un bosque inmenso y tranquilo, los hay quienes optan por ir en tren los que no preferimos caminar salimos desde una zona de esquí, pistas que terminan directamente en el pueblo, al lado del cementerio donde tantas personalidades descansan. Tras un rato de pateo se llega a una zona un tanto preparada, con refugio, bueno digamos con hotel, pero claro allí deja el tren a los turistas y hay que adaptar las cosas para ellos, de aquella zona destacaría solamente una hendidura en la roca que a modo de pasillo alberga en su interior una pequeña colección de geodas, el resto tiene demasiado hormigón, así que había que moverse y tomamos el camino que llevaba a los refugios de montaña, el camino que nos llevaba al glaciar y tras descender a través de una secuencia de peldaños incrustados en la roca y escaleras hacia el abismo llegamos al pie de la mer du glace y se veía un hielo azul como nunca había visto y una capa de piedra y tierra que cubría los primeros metros de hielo. Es un paraje especial al que espero poder volver pronto.
Después de conocerlo por encima, y tras volver a esa zona más turística, bajamos unas largas escaleras, por una senda que además hacía de testigo silencioso de como el glaciar está retrocediendo, sucediéndose con mayor frecuencia las placas indicativas del lugar en el que se encontraba el glaciar a medida que avanzan los años. En lo más hondo pudimos explorar una cueva de hielo, construida para ser visitada fue bonita, pero sobretodo impactante ese retroceso en el hielo.
Teníamos los días bastante contados, así que la siguiente opción fue ir a Argentiere para así poder subir hasta los Grandes Montets, la otra opción era subir hasta la Aguille du Midi, pero el día no era muy bueno y además el teleférico de los Montets era mucho más barato. Cuando llegamos a la taquilla para comprar el ticket, la empleada muy amablemente nos atendió y nos dijo los horarios y ya que calculamos que teníamos tiempo, en lugar de coger el teleférico desde el mismo valle decidimos subir caminando hasta la primera parada donde se cambia de teleférico y así comenzamos a caminar, el día era algo más frío, se notaba que estaba entrando un frente de nubes, pero fue una buena jornada. Llegamos al lugar indicado incluso antes de que subiera la empleada y comimos algo luego ya solo tuvimos que comprar el tícket y fuimos para arriba, pudimos ver incluso marmotas.
En la plataforma habilitada en los Grands Montets nos encontramos con un mar de nubes que prácticamente nada dejaba ver, pero aún así, estuvimos un buen rato disfrutando de aquella tranquilidad, un par de pájaros un grupo que parecía que hacía un curso de técnicas de alpinismo y dos o tres personas más éramos los que allí estábamos y la verdad se estaba muy bien.
En fin el paso por Chamonix, es digno de recordar y sobretodo, sabiendo que ha sido la primera vez de lo que espero sea un buen puñado de veces y como ya Saussure o Paccard miraban desde el valle aquellas agujas y cumbres habrá que ir poco a poco descubriéndolas, porque aunque existan mil fotos y mil relatos solo la experiencia propia proporcionará ese conocimiento especial que trae la montaña.